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lunes, 1 de noviembre de 2010

la mediación


Una forma mejor de afrontar los conflictos
la mediación 
Cristina Trullà
 En español y catalán a continuación
Hubo un tiempo -ya muy lejano- en el cual las personas cuando no estaban de acuerdo con sus semejantes o entraban en conflicto de forma irreconciliable, no podían hacer uso de los recursos que disponemos hoy en día en nuestras sociedades para gestionar los conflictos: juzgados, arbitrajes, defensor del pueblo... Por tanto, tampoco existían los jueces, los fiscales, los árbitros ni... los abogados. Antiguamente, la gente vivía en pequeñas comunidades y los conflictos que surgían al relacionarse las personas eran diferentes -en cualidad y en cantidad- a las dificultades que ahora padecemos en nuestras sociedades modernas, opresivas y estresantes.
Las leyes, en general, son disposiciones dirigidas a defender y proteger los derechos de las personas y de las instituciones, y evolucionan a lo largo del tiempo en función de las normas al uso y de las costumbres propias de cada sociedad. Cuando estas leyes son transgredidas la autoridad judicial es quien aplica la pena correspondiente al infractor. No obstante, desde que el estado de Derecho se implantó en nuestras sociedades, las personas, cada vez más, solicitamos la aplicación de la ley en nuestras desavenencias con los otros porque, de hecho y casi sin darnos cuenta, hemos dejado atrás nuestra capacidad para el diálogo y la negociación, sobre todo, en aquellos conflictos donde nuestras emociones se encuentran especialmente implicadas. En las sociedades primitivas, no obstante, las discrepancias eran abordadas y resueltas por las mismas personas afectadas y -en ocasiones extraordinarias- por la autoridad de la tribu o comunidad, que a menudo era la persona o personas más ancianas y con más experiencia.
Si nos remontáramos aún más en el tiempo o bien pudiésemos contemplar hoy día una comunidad de simios -filogenéticamente tan cercanos a nosotros- observaríamos entre ellos -con sorpresa- formas ejemplares de relacionarse que entre nosotros -los humanos-  casi están olvidadas. Los simios, y la mayoría de mamíferos, están dotados de mecanismos -desde biológicos a sociales- que los predisponen indefectiblemente a buscar soluciones satisfactorias -casi nunca violentas- cuando se generan conflictos entre dos o mas miembros de la comunidad. Por ejemplo, cuando dos machos de la familia de los macacus sin cola se enzarzan en una pelea, normalmente es una hembra la que poco a poco i prudentemente se acerca a los dos miembros enfrentados, y con su "savoir faire" consigue calmarlos de manera que a los pocos minutos los dos machos malcarados dan por terminada la disputa. Esto que de forma natural realiza este tercer miembro para introducir la paz donde hay la guerra se denomina mediación. Cuando los dos machos se han apaciguado, la hembra se retira y los deja solos para que puedan seguir su proceso de reconciliación que normalmente finaliza con un abrazo o unas cuantas carantoñas.
Poco a poco, las personas hemos ido perdiendo nuestras habilidades para solucionar los problemas que nos afectan en los diversos ámbitos de nuestra vida. Existen muchos factores que han contribuido a que esto sea así, pero el más importante ha sido la transformación paulatina de las pequeñas comunidades de convivencia en grandes concentraciones humanas i, paralelamente a esto, la implantación por parte del Estado de figuras de autoridad con el objetivo de dirigir y regular a las grandes masas y sus conflictos. Ahora, la gente entra en discordia más que antes y de forma más cruel y violenta. El individualismo y la insensibilidad que generan los valores que imperan en nuestras sociedades actuales hacen que las personas seamos menos comprensivas, solidarias y cooperadoras con aquellos con los que convivimos. Los juzgados están llenos de montañas de expedientes por demandas que hacemos los ciudadanos, y no dan a basto a la hora de cursarlos y emitir una sentencia. La justicia es lenta, cara y estigmatizadora de las personas. Cuando, por desgracia, entramos en la espiral de un proceso judicial a menudo nos dejamos por el camino tiempo, dinero y salud.
Que las personas tengamos diferencias entre nosotros es bueno y deseable; que se generen conflictos al relacionarnos es normal debido a la diversidad de intereses que nos caracterizan como individuos, pero que las personas no sepamos gestionar estos conflictos, -en definitiva, nuestra propia vida- y necesitemos de diversas figuras de autoridad para hacerlo, no dice demasiado en favor de las supuestas habilidades relacionales humanas. Los Gobiernos, no obstante, tienen una parte de responsabilidad en ello. Estos, poco a poco, han ido usurpando al ciudadano el terreno de la autonomía y de la competencia  personal y han construido un modelo paternalista de gestión social donde a menudo el individuo no se responsabiliza de sus actos ni tampoco de las consecuencias que se derivan de ellos. Así, hoy día, cuando se trata de buscar soluciones a los conflictos, las personas nos vemos personalmente invalidadas tan acostumbradas como estamos a delegar en la gestión de nuestros enfrentamientos. La mediación, de la que hablábamos antes en relación a los macacus sin cola, no necesita de la autoridad establecida para introducir entre las partes ninguna normativa o sentencia impuesta. El mediador entre dos simios en conflicto puede ser, de hecho, cualquier miembro de la comunidad, independientemente de la jerarquía i del género. No obstante, todos sabemos que las hembras están dotadas de una capacidad de armonizar a sus congéneres sensiblemente superior a la de los machos.
Las grandes ciudades se han convertido en un lugar poco amable y a menudo peligroso para sus habitantes, y las relaciones entre los que conviven en ellas se encuentran normalmente deterioradas y el malestar -cuando no la violencia- se multiplica de forma alarmante: en la calle, en la escuela, en la familia, en la empresa, en la política... Las diferencias entre las personas se abordan con grandes dosis de agresividad y los conflictos territoriales se saldan, cada vez más,  con el genocidio. Es preciso, entonces, que las personas y también las instituciones públicas y privadas, vayamos pensando en cambiar la forma tan poco adecuada con la que afrontamos los conflictos hoy en día.
A pesar de la violencia actual, o debido a ella -es difícil de saber-, nace de forma esperanzadora una nueva y la vez antigua forma de solucionar los problemas entre las personas: la mediación. Un proceso que nos permite expresar nuestras necesidades y sentimientos -con la ayuda de un tercer miembro- y encontrar una alternativa de resolver el problema de forma pacífica y llegar a unos acuerdos satisfactorios. Desde hace un par de décadas y alrededor del mundo, está creciendo con fuerza un movimiento social y cultural que se propone cambiar el modelo competitivo y agresivo de afrontar los problemas, por la utilización de la mediación como forma respetuosa de solucionar las diferencias. La mediación facilita la construcción de acuerdos creativos y consensuados entre las partes y, por tanto, los convierte también en más perdurables. El mediador es una tercera persona que -de forma imparcial y equidistante- asiste a las partes contrarias en el proceso de elaboración conjunta de los acuerdos, a la vez que ayuda a las personas a recuperar su capacidad para dialogar y escuchar a los demás. Fomenta el respeto entre las personas y favorece el restablecimiento de la comunicación perdida entre las partes, dándose, por tanto, un proceso paralelo de aprendizaje en toda mediación. Siendo la mediación un proceso voluntario y alejado de cualquier imposición legal, las personas llegan a acuerdos  más equitativos y ajustados a sus necesidades.
El camino tradicional que todos conocemos de poner nuestros conflictos en manos de los tribunales, implica por fuerza que todo juez dictamine -al final del contencioso- un ganador y un perdedor, un culpable y un inocente, un responsable y un irresponsable; en definitiva, un bueno y un malo. Haciendo uso de la mediación, al final del proceso nos encontramos con que no hay perdedores, sólo ganadores, personas que han llegado a un acuerdo consensuado y que no ha tenido que ser impuesto por un juez, siempre ajeno a los sentimientos y verdaderas necesidades de las personas a las que juzga, pero a las que no escucha.
La mediación comienza a aplicarse en nuestras comunidades en cualquier ámbito donde las personas pueden entrar en discordia: la familia, la empresa, la escuela, el comercio y el consumo, los barrios donde conviven diferentes etnias, etc. Así pues, ahora disponemos en nuestra tierra de una herramienta eficaz con los conflictos pero que es respetuosa con las personas, la cual en algunos países (Gran Bretaña, Canadá, Francia, EUA, Argentina...) ya se está aplicando de forma amplia y exitosa. En Gran Bretaña, por ejemplo, el 97% de los conflictos se resuelven al margen de la vía judicial. En España -y en concreto en Cataluña- la mediación se está introduciendo de forma urgente en el ámbito de la justicia juvenil y, sobre todo, en aquellos conflictos que afectan a las familias: separaciones, divorcios, herencias, conflictos intergeneracionales, cuidado de los ancianos, etc., ya que el alto coste que supone un contencioso -a veces para no llegar a ningún acuerdo- lo convierten finalmente en un camino nada aconsejable. Es más, casi siempre, un proceso judicial de separación o divorcio -cuando las partes están en desacuerdo- puede derivar en una experiencia muy cruel para los cónyuges -y sobre todo para los hijos-, que a menudo se convierten en moneda de cambio en la lucha que han establecido sus propios padres.
La mediación no es solamente una forma alternativa de solucionar conflictos, es sobre todo una cultura del vivir que pretende crear un mundo más habitable, un mundo que hemos de construir entre todos solucionando nuestras diferencias de forma más tolerante. Es imprescindible, pues, comenzar a cambiar los modelos enfrentadores y competitivos -generadores de violencia- por caminos cooperativos, conciliadores y solidarios con los sentimientos y las necesidades de los  demás. Un gran reto al que estamos llamados de forma conjunta.
Cristina Trullà
 Una millor forma d’encarar els conflictes: la mediació
Hi va haver un temps –ja molt llunyà- en el qual les persones quan no estaven d’acord amb els altres o entraven en conflicte de forma irreconciliable, no podien tirar ma dels recursos que avui dia tenim a les nostres societats per a gestionar els conflictes: jutjats, arbitratges, defensor del poble... Per tant, tampoc existien els jutges, els fiscals, els arbitres ni… els advocats. Antigament, la gent vivia en petites comunitats i els conflictes que es derivaven de les relacions entre les persones eren diferents -en qualitat i quantitat- a les dificultats que ara patim els ciutadans a les nostres societats modernes, atapeïdes i estressants.
Las lleis, en general, són disposicions per a defensar i protegir els drets de les persones i de les institucions, i evolucionen al llarg del temps en funció de les normes a l’ús i dels costums propis de cada societat. Quan aquestes lleis són violades, l’autoritat judicial és qui aplica la pena corresponent a l’infractor. Des que l’estat de Dret però es va implantar a les nostres societats, les persones, cada vegada més, demanem l’aplicació de la llei en les nostres desavinences amb els altres per què, de fet, i –quasi bé sense adonar-nos- hem deixat enrera la nostra capacitat de diàleg i de negociació, sobre tot en aquells conflictes on les nostres emocions es troben especialment alterades. A les societats més primitives però, les discrepàncies eren abordades i resoltes per les mateixes persones afectades i -en ocasions extraordinaries- per l’autoritat de la tribu o comunitat, que sovint era la persona o persones més ancianes i amb més experiència.
Si anessim encara més enrera en el temps o bé puguéssim comtemplar avui dia una comunitat natural de simis –filogenèticament tan propers a nosaltres- observaríem entre ells -amb sorpresa- formes exemplars de relacionar-se que entre nosaltres –els humans- estan quasi bé oblidades. Els simis, i la majoria de mamífers, estàn dotats de mecanismes –des de biològics a socials- que els predisposen indefectiblement a buscar solucions satisfactòries –quasi bé mai violentes- quan es generen conflictes entre dos o més membres de la comunitat. Per exemple, quan dos mascles de la família dels macacus sense cuas’enganxen en una baralla, normalment és una femella la que poc a poc i prudentment s’apropa als dos membres enfrontats, i amb el seu "savoir faire" aconsegueix calmar-los de tal manera que als pocs minuts els dos mascles malcarats donen per finalitzada la disputa. Això que de forma natural realitza aquest tercer membre per a introduïr la pau on hi ha la guerra s’en diu mediació. Una vegada que els dos mascles s’han calmat, la femella es retira i els deixa sols per tal que segueixin el seu procès de reconciliació que normalment acaba amb una abraçada o unes quantes carantoines.
Poc a poc, les persones hem anat perdent les nostres habilitats per a solucionar els problemes que ens afecten en les diverses vessants de la nostra vida. Hi ha molts factors que han contribuit a que això sigui així, però el més important ha estat la transformació de les petites comunitats de convivència en grans concentracions humanes i, paral·lelament a això, la implantació per part de l’Estat de figures d’autoritat per a dirigir i regular les grans masses i els seus conflictes. Ara, la gent entra en discòrdia més que abans i de forma més cruel i violenta. L’individualisme i la insensibilitat que generen els valors que imperen a les nostres societats actuals fa que les persones siguem menys comprensives, solidàries i cooperadores amb les persones que ens envolten. El jutjats estàn plens de montanyes d’expedients per demandes que fem els ciutadans, i no donen l’abast a l’hora de cursar-los i emetre una sentència. La justicia és lenta, cara i estigmatitzadora de les persones. Quan, malauradament, entrem a l’espiral d’un procés judicial sovint ens deixem pel camí temps, diners i salut.
Que les persones tinguem diferències entre nosaltres és bó i desitjable; que es generin conflictes al relacionar-nos és normal degut a la diversitat d’interessos que ens caracteritzen com a individus, però que les persones no sapiguem gestionar aquests conflictes, -en definitiva, la nostra pròpia vida- i necessitem de diverses figures d’autoritat per a fer-ho, no diu massa a favor de les suposades habilitats relacionals humanes. Els Goberns però tenen una part de responsabilitat en que això sigui així. Aquests, han anat usurpant poc a poc al ciutadà el terreny de l’autonomia i de la competència personal i han anat construint un model paternalista de gestió social on sovint l’individu no es fa responsable del seus actes ni tampoc de les conseqüències que se’n deriven. Així, avui dia, a l’hora de buscar solucions als conflictes, les persones ens trovem personalment invalidades tan acostumades com estem a delegar en la gestió dels nostres enfrontaments. La mediació, de la qual parlàvem abans en relació als macacus sense cua, no necessita de l’autoritat establerta per a introduïr entre les parts cap normativa o sentència imposada. El mediador entre dos simis en conflicte pot ser –de fet- qualsevol membre de la comunitat, independentment de la jerarquia i del gènere. Tots sabem però que les femelles són dotades d’una capacitat d’harmonitzar els altres sensiblement superior a la dels mascles.
Les grans ciutats s’han convertit en un lloc poc amable -i sovint perillós- per als seus habitans, i les relacions entre els qui hi conviuen es troben normalment deteriorades i el malestar –quan no la violència- es multiplica de forma alarmant: al carrer, a l’escola, a la llar familiar, a l’empresa, a la política… Les diferències entre les persones s’encaren amb grans dosis d’agressivitat i els conflictes territorials sovint acaben en genocidi. És necessari a les hores que les persones i també les institucions públiques i privades, anem pensant en canviar la forma tan poc adequada amb la qual afrontem els conflictes avui dia.
Malgrat la violència actual, o degut a ella –és difícil d’esbrinar-, neix de forma esperançadora una nova i a la vegada antiga forma de resoldre els problemes entre les persones: la mediació. Un procés que ens permet expresar les nostres necessitats i sentiments –amb l’ajuda d’un tercer membre- i trobar una alternativa de resoldre el problema de forma pacífica, tot arribant a uns acords satisfactoris per a les parts en discòrdia. Des de fa un parell de dècades, i arreu del món, està creixent amb força un moviment social i cultural que es proposa canviar el model competitiu i agresiu d’enfrontar els problemes, per l’utilització de la mediació com a forma respetuosa de resoldre les diferències. La mediació facilita la construcció d’acords creatius i consensuats entre les parts i, per tant, els fa també més perdurables. El mediador és una tercera persona que -de forma imparcial i equidistant- assisteix a les parts contraries en el procés d’elaboració conjunta dels acords, tot ajudant a les persones a recuperar la seva capacitat per a dialogar i escoltar els demés. Fomenta el respecte entre les persones i afavoreix el restabliment de la comunicació perduda entre les parts, donant-se, per tant, un procés paral·lel d’aprenentatge en tota mediació. Essent la mediació un procès voluntari i absent de qualsevol imposició legal, les persones arriben a acords més equitatius i ajustats a les seves necessitats.
El camí tradicional que tots coneixem de posar els nostres conflictes en mans dels tribunals, implica forçosament que tot jutge dictamini –al final del contenciós- un guanyador i un perdedor, un culpable i un inocent, un responsable i un irresponsable; en definitiva, un bo i un dolent. Aplicant la mediació als conflictes humans, al final del procés ens trovem que no hi ha perdedors, només guanyadors, persones que han arribat a un acord consensuat i que, per tant, aquest no ha estat imposat per un jutge, sempre aliè als sentiments i veritables necessitats de les persones a les que jutja, però a les que no escolta.
La mediació comença a aplicar-se a les nostres comunitats en qualsevol àmbit on les persones poden entrar en discòrdia: la família, l’empresa, l’escola, el comerç i el consum, els barris on hi conviuen diferents ètnies, etc. Així doncs, ara disposem a la nostra terra d’una eina eficaç amb els conflictes, però respectuosa amb les persones, la qual a alguns paisos (Gran Bretanya, Canadà, França, EUA, Argentina…) ja s’està aplicant de forma àmplia i reeixida. A la Gran Bretanya, per exemple, el 97% dels conflictes es resolen al marge de la via judicial. A Espanya –i en concret a Catalunya- la mediació s’està introduint de forma urgent en l’àmbit de la justícia juvenil i en tots aquells conflictes que afecten les famílies: separacions, divorcis, heretatges, conflictes intergeneracionals, cura dels avis, etc., ja que l’alt cost personal i econòmic que suposa un contenciós –de vegades per no arribar a cap acord- el fan finalment un camí gens aconsellat. És més, quasi bé sempre un procés judicial de separació o divorci -quan les parts estan en desacord- pot esdevenir una experiència molt cruel pels cònjugues -i sobre tot pels fills-, que sovint es converteixen en moneda de canvi en la lluita que han establert els seus propis pares.
La mediació no és només una forma alternativa de solucionar conflictes, és sobre tot una cultura del viure que pretén crear un món més habitable, un món que hem de construir entre tots solucionant les nostres diferències de forma més tolerant. És imprescindible, doncs, començar a canviar els models enfrentadors i competitius –generadors de violència- per camins cooperatius, conciliadors i solidaris amb els sentiments i les necessitats dels altres. Un gran repte al que estem atansats tots plegats.
Cristina Trullà

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